La importancia de peregrinar
Todos somos de alguna manera peregrinos. Desde nuestro nacimiento, emprendemos un camino; vamos creciendo a medida que avanzamos; proyectamos etapas por cumplir y vislumbramos, finalmente, una meta que nos impulsa a continuar caminando. Cuando etapas o meta se nos desdibujan o desaparecen, el camino se nos hace insoportable o definitivamente nos detenemos.
Paradójicamente, las mismas razones o sentimientos que para unos son el motor para moverse, son para otros, la tentación de desistir. Las condiciones del camino nos fortalecen o, por el contrario, nos hacen rendirnos, paralizándonos en la berma, convirtiéndonos en simples espectadores de la vida que pasa frente a nuestros ojos. Esto lo podemos observar tanto a nivel personal como social, desde, por ejemplo, en sociedades decadentes, paralizadas en medio de la opulencia, hasta en una mujer que corre empoderada por la vida desde una silla de ruedas.
Lo crucial es, entonces, no sucumbir a la tentación de detenernos; tener siempre presente una meta; no dejarnos vencer por la desesperanza; ver todo como una oportunidad de crecimiento; no perder la capacidad de sorprendernos y, sobre todo, ser protagonistas, con otros, de la vida que se juega en el camino.
Para la tradición judeo-cristiana, promesa y camino son inseparables. Abraham, el padre de la fe, se pone en camino, superando todas las objetivas razones para no creerlo posible. Movido por la simple promesa de tierra y descendencia, es capaz de confiar y ponerse a caminar, aún en su avanzada ancianidad.
Los cristianos, al igual que Abraham, sabemos que ese movimiento que libremente estamos llamados a hacer, motivado y asistido por el mismo Dios, no será en vano sino, por el contrario, irá completando la promesa que Dios hizo con su Pueblo.
Una manera de materializar en un gesto concreto eso que vivimos cada día de nuestra vida, es peregrinando físicamente hacia un lugar que nos actualice ese vínculo, contemplando concreciones de esa meta que queremos alcanzar. Así, los santuarios de hombres y mujeres que, como Abraham, creyeron en la promesa de Dios, se convierten en lugares privilegiados para actualizar esa alianza incondicional que Él nos regaló.
Y todo lo que nos pasa puede ser impulso para ese movimiento: necesidad de encontrarse con Dios, de luz para enfrentar una situación difícil o de paz para tomar decisiones; petición por alguna enfermedad o situación particular; posibilidad de reconciliación, acción de gracias o de encuentro con otros, en definitiva, todo, todo lo que tiene que ver con nuestra vida, vocación o misión.
Peregrinar es una oportunidad privilegiada para reencontrarse consigo mismo, con la historia, con quienes nos antecedieron, con compañeros de ruta y con Dios. Es sentirse en movimiento, en sintonía con la creación entera, más aún, colaborando en ese movimiento vital.
Necesidad de peregrinar como Nación
El papa Francisco, en la carta enviada al presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Monseñor Rino Fisichella, confiándole la organización del Jubileo de 2025, le dice:
Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente. Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza. Todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal…
El Santo Padre ve la necesidad de recuperar la esperanza y el sentido de la fraternidad universal. Nadie se salva solo, más aún, no hay ni siquiera razón alguna para salvarse si no es para reencontrarse con los demás. Y el Papa va más allá, pues no sólo vislumbra la necesidad de esa comunión entre los seres humanos, sino con la creación entera:
Sintiéndonos todos peregrinos en la tierra en la que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la cuidemos (cf. Gn 2,15), no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de la creación y el cuidado de nuestra casa común. Espero que el próximo Año Jubilar se celebre y se viva también con esta intención. De hecho, un número cada vez mayor de personas, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, reconocen que el cuidado de la creación es expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad.
Hoy en Chile, más que nunca, necesitamos sumarnos a esta visión social de la creación. Necesitamos actualizar nuestra vocación de caminantes, de caravana hacia el Reino y, por lo tanto, debemos hacernos conscientes de la necesidad de ponernos en camino no sólo desde un punto de vista personal o familiar, sino principalmente como sociedad.
El Padre Hurtado nos decía en un Te Deum de Fiestas Patrias, celebrado en Chillán en 1948, que “una nación, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua, o sus tradiciones, es una misión que cumplir”. Y añadía “Y Dios ha confiado a Chile esa misión de esfuerzo generoso, su espíritu de empresa y de aventura, ese respeto del hombre, de su dignidad, encarnado en nuestras leyes e instituciones democráticas”
Y, al parecer, hoy, Chile padece una crisis de identidad, de misión común. Nos ganan las diferencias; los proyectos personales borran toda posibilidad de encuentro; en pro de una bienvenida inclusión se exacerban las diferencias como la única forma de verdadera identidad; se desprecia todo lo que intente conseguir consensos, se desconfía de toda institución.
Y la lucidez sobre todos los errores institucionales del pasado y sobre la crisis ambiental planetaria alimentan la desesperanza y el individualismo, en definitiva, confirman la ilusión de que solo nos
queda vivir el día o, a lo más, que cada uno debe salvarse solo porque de los demás sólo se pueden esperar motivaciones espurias.
Necesitamos, entonces, reencontrarnos en el camino que compartimos, reconocer nuestras diferencias como una riqueza, mirarnos como compañeros de viaje. Nos urge hacerlo, porque no es posible construir Patria sumidos en la desconfianza; porque no se puede responder a una misión común si no hay sueños e ideales compartidos; porque es un error pensar que el bien común es la suma de realizaciones personales desconectadas.
Una invitación concreta
Cuando hablamos del Padre Hurtado se nos vienen a la mente los niños de la calle, la camioneta verde, la acción sindical, el Hogar de Cristo, la revista Mensaje, sus libros…en definitiva, acciones del Padre Hurtado que marcaron nuestra historia y que, de alguna manera, sobreviven al tiempo y llegan a nuestros días rodeadas de una especie de añoranza.
Y cuando el Senado de la República se refiere a él como “Padre de la Patria”, y cuando se celebra el aniversario de su pascua como “Día de la Solidaridad” y, por otra parte, cuando la Iglesia lo declara “Santo”, no pretenden otra cosa que señalarlo como ejemplo a seguir, como luz para vivir el presente…
No nos quedemos, entonces, en la añoranza inmóvil y desesperanzada: No “todo tiempo pasado fue mejor” y no hay nada de su tiempo que queramos revivir. La pobreza, la situación de los niños de la calle y de los trabajadores, la baja cobertura educacional y tantas otras situaciones visibilizadas por el padre Hurtado eran escandalosas.
Lo que necesitamos revivir con urgencia es su lucidez, para ver las miserias de hoy; su valentía, para denunciarlas; su compromiso, para involucrarse en ellas como si fueran propias; su pasión para enamorarse de su país y de su gente y, en definitiva, su fe, para afrontar la realidad con alegría y esperanza inquebrantables.
Para descubrirlo y saber qué estamos llamados a hacer en este Chile de hoy, los creyentes podemos seguir preguntándonos, como el padre Hurtado, “¿qué haría Cristo en mi lugar?”; los que no lo son, podrían hacerse una pregunta similar poniendo a nuestro padre de la patria como criterio de acción: ¿qué haría el Padre Hurtado, hoy, en mi lugar?
¿Qué haría frente a la desconfianza generalizada, frente al individualismo, la violencia, la discriminación y el consumismo?; ¿qué haría frente al deterioro de la política, de la Iglesia, de casi todas las instituciones?; ¿qué haría frente al miedo que producen las bandas delictivas, los narcotraficantes, la juventud sin esperanza?; ¿qué haría frente a las nuevas y antiguas miserias?; ¿qué haría frente al cambio climático?; ¿qué haría…?
Hacernos estas preguntas nos ayudará a recuperar lo que el padre Hurtado llamaba SENTIDO SOCIAL, ese sentimiento íntimo que nos hace reaccionar fraternalmente frente a los demás, que nos hace comprometernos con el otro como si fuese mi hermano carnal, mi familia, yo mismo. Es comprometernos a tal punto con nuestro hermano, nuestro entorno, nuestra comunidad, iglesia,
patria y mundo que mi realización, alegría y plenitud se hagan intrínsecamente dependientes de las de ellos.
¡Hermosa actitud que nos puede hacer reencontrarnos! No cándida e ingenuamente sino, como en cualquier familia, conscientes de todas las diferencias: generacional, de las sensibilidades e ideas contrapuestas, de los proyectos y creencias distintas, pero con la convicción que seremos felices sólo con la mayor realización de todos y todas.
Solemos enorgullecernos de la “solidaridad de los chilenos” por ser capaces de ponernos en los zapatos del otro en sus dolores por un incendio, inundación o terremoto…y eso es real y está muy bien, pero ¡cuánto necesitamos extenderlo a cada una de las tragedias que nos hieren diariamente, a cuenta gotas, y que nos hacen vivir infelices, desconfiados y amargados!
Que el Sentido Social, esa actitud que nos hace ponernos en el punto de vista ajeno como si fuese el propio, nos permita volver a mirarnos a los ojos y sentarnos a la misma mesa para discutir, reír y llorar, para amar y soñar con el Reino, con la Patria y con tantos modos más con que cada uno de nuestros hermanos y hermanas vislumbra la comunidad ideal.
Así como una madre multiplica sus propias alegrías con los logros de cada una de sus hijas e hijos, podamos nosotros, como Alberto Hurtado, multiplicar las propias con los triunfos de cada hermano y hermana con quienes compartimos esta tierra.
Pidámosle al padre Hurtado, ya sea como creyente en el Creador que lo movía, o como compatriota que se nutre del testimonio de este hermano, que su ejemplo nos impulse a movernos por ese sentido social que le hizo vivir plenamente como hermano universal.
“Y alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno…”
A esto invitaba Gabriela Mistral cuando murió el padre Hurtado. Hoy, desde el Santuario del Santo, las y los animamos a que vengamos con un ramo de aromo trayendo los más grandes anhelos de nuestros compatriotas y nuestros compromisos para trabajar por ellos…ya no para aliviar el desvelo de este dormido, sino para que, movidos por su ejemplo, caminemos con esperanza y alegría hacia la Patria soñada.